Juicio de M. Nogués
Cuando todo el país se hace eco de una forma u otra de una sentencia resul-
tado de un juicio muy importante, no podemos ponernos de perfil. Y aparte de
la valoración técnica y política que merece, desde el punto de vista cristiano
tenemos interesantes consideraciones que hacer.
EL CASO DE JESÚS
En la celebración eucarística, en el centro de la oración y después de pro-
clamar las palabras de Jesús en la Cena pascual decimos: "anunciamos tu
muerte ...", es decir nos hacemos eco del resultado trágico de una sentencia
aberrante: la asesinato de Jesús. Esta sentencia fue el resultado de la confabu-
lación del poder eclesiástico judío (el sanedrín, Mt. 26,59) y el poder romano
(Pilato el gobernador ocupante, Mt, 27,11). Esta confabulación contempló la
aportación de falsos testigos acusando a Jesús de sublevar el pueblo (Lc. 23,2)
y de querer destruir violentamente el Templo (Mt.26,61). Finalmente se
argumentó que había una ley, y según esta ley, Jesús iba a morir (Jo, 19,7).
Los cristianos, pues, a propósito de juicios discutibles y leyes dudosas, vivimos
de una historia fundacional.
JUSTICIA, LEY Y PODER.
Las leyes son unas reglas de juego con las que los humanos nos dotamos para
evitar el caos en las relaciones sociales. La especie humana no acierta a con-
vivir sin una cierta contención forzada de nuestras pulsiones, singularmente
las que hacen referencia al poder y la agresividad. Normalmente el poder asume
la gestión de las leyes, haciéndolas y aplicándolas, y de ahí nacen conside-
raciones importantes.
Jesús fue muy crítico con el poder y la ley, alejándose explícitamente de los
poderosos. Al poder religioso lo denominó sepulcro blanqueado. (Mt. 23.27),
y al poder civil, zorro (Lc.13,32). Y declaró sin ningún titubeo que las personas
están por encima de las leyes. Para Él, de acuerdo con la tradición bíblica, la
justicia no la establece la ley, sino que es la pasión para dar a cada uno aquello
que le corresponde, más allá de aquello que los humanos decidimos otorgarle.
Para Pablo de Tarso la ley solo tiene la bellafunción de evidenciar el pecado
(cartas a Gálatas y Romanos). Los cristianos pues tenemos inevitablemente un
punto de anarquismo espiritual que nos permite mirar con distancia la asocia-
ción entre justicia, ley y poder, aunque sepamos convivir con la ley si es
relativamente liberadora.
El poder busca estructuras al servicio de políticas, ideoloas e intereses diversos.
Se procura mitificarlo y tanto el poder eclesiástico como el civil crean sus divini-
zaciones idolátricas. El poder civil diviniza el Estado y el poder religioso diviniza
los sistemas eclessticos. Sabemos pues que hay poderes y leyes que se honoran
transgrediéndolos, tanto en la orden civil como en el eclesiástico, y este es uno
de los más significativos medios para comportarse éticamente. Por otro lado
los mártires de cualquier causa son testigos vivos de esta postura valiente.
PREJUICIO, JUICIO Y PERJUICIO
La mitificación del poder judicial esconde las debilidades de los jueces bajo
las presunciones de neutralidad e independencia. Pero todos somos lo bastante
mayores para haber superado la primera inocencia.
No hay nadie neutral. El hecho es que referirnos a “poder” judicial ya habla a
favor de la carencia de neutralidad. El poder civil sirve simple-mente al poder
de turno, por definición, salvo honorables excepciones. Todo juicio se hace
inevitablemente desde un prejuicio, como toda función mental en la vida. Los
jueces no están al margen de esta dependencia aunque se pongan hábitos en-
riquecidos con “puñetas” en las togas para escenificar el juicio. Los prejuicios
son personales, políticos, emocionales, ideológicos, históricos etc etc. como los
de todo el mundo. Por lo tanto, aun aceptando la presunción de honradez (que
no siempre se cumple) no se puede invocar una independencia sistemática para
justificar una sentencia. Todo el mundo tiene el derecho fundamental a disentir
y ocasionalmente el derecho y quizás la obligación de resistir, si la situación
fuera gravemente injusta. La historia está llena de estos dramas y no vale la
sistemática invocación de que, en un caso concreto, se trata de una democracia
perfecta. Todo el mundo reclama como perfecta la democracia que ha creado,
sobre todo si es la del poder hegemónico, pero son las democracias hege-
mónicas las que someten a las minorías sin poder, dado que las leyes las hace
el poder” (legislativo) y las ejecuta el poder” (ejecutivo). Y quien no tiene poder
queda sometido. Esta es la “norma” de lo que incluso en el comportamiento
animal se llama la maquiavelizacn de la conducta y que en los medios polí-
ticos se concreta demasiado a menudo en las cloacas del poder.
Por otro lado un juicio puede suponer un perjuicio impuesto e injusto. Aquí es
la conciencia de cada uno la que entra en juego para impedirlo, si la con-
ciencia del juez es más poderosa que la razón de Estado. Cada juez sabrá a qué
conciencia carga su decisión. Y en una perspectiva cristiana, cada uno sabrá en
nombre de qué y a partir de qué autoridad condena a otro, sobre todo cuando
el análisis neurobiológico y psíquico de toda persona muestra la misteriosa
interioridad humana y la impertinencia de condenar a otra persona. Nadie
sabrá nunca la exacta diferencia entre un transgresor, un virtuoso y un enfermo,
y la sociedad solo se tiene que proteger de quienes pueden hacer daño y no de
quienes amenazan los intereses del poder.
NO JUZGUÉIS.
El Evangelio contiene doctrina explícita sobre el juicio: se orienta hacia la pro-
hibicn directa: “no juzgis (
L
c. 6, 37 y
M
t 7,1), y la glosa de
M
arc que se hace
eco: “con la medida que mesuráis se os mesurará” (Mc.4,24). Antropológica-
mente representa la sabiduría profunda, y sociológicamente una cierta perspectiva
anárquica en relación a las consideradas seguridades jurídicas. Quién se atreve
a juzgar a los otros merece un llevar juicio por su atrevimiento. ¿Quién soy yo
para juzgar al hermano? (Mt- 5, 1-5). Cómo en tantas otras posturas radicales
del Evangelio, la “solución” que acostumbramos a adoptar es la de no hacer
caso, pero es una pobre respuesta al reto que el Evangelio propone.
Antropológicamente el Evangelio invita a una profundización que desconcierta.
Quizás esto no autoriza para una desconfianza radical de los sistemas jurídicos,
pero autoriza a la interioridad cristiana a desmarcarse de las ficticias seguir-
dades que nos llevan a creer que juzgando los otros hemos establecido la justicia.
También los escenarios jurídicos nos recuerdan el mandamiento evangélico que
prohíbe jurar (poner a Dios por testigo de los avatares jurídicos, Mt. 5,34-37)
sobre todo cuando vemos como el juramento es traicionado groseramente por
personajes públicos que lo usan para acusar con mal disimuladas falsedades.
Teológicamente Jesús recomienda que no juzguemos para no ser juzgados.
Esto nos introduce en el gran tema de la justificación. Tema central de la teoloa
paulina. Juzgar es un bumerán que se vuelve hacia nosotros dejándonos en evi-
dencia. Nos hemos atrevido a determinar qué es el otro en la profundidad de
su santuario interior. Solo en el Misterio de Dios la conciencia encuentra justi-
ficacn, liberacn y reposo. Ni nosotros mismos nos hemos de juzgar. Tenemos
que dejar que solo Dios nos juzgue y esta es la gran liberación que proclama
Jesús. Solo dejando de juzgar podemos esperar que Dios nos justificará. Cual-
quier otra intento de juzgar y justificar es una caricatura del anuncio de Jesús.
Que el Misterio de Dios revelado en Jesús nos la libertad de no juzgar,
evitar prejuicios y juicios, teniendo la valentía de restar en paz interiormente y
resistiendo, si podamos, a las leyes humanas cuando sean injustas y hono-
rándolas, en este caso, con la transgresión.
Ramon M. Nogués
Réplica de F. Castaño
Es inasumible el paralelismo que, según parece, se hace en el escrito de
Ramón M. Nogués entre el jucio a Jesús, o las sentencias contra los mártires,
con el reciente juicio contra los responsables de las ilegalidades del frustrado
«procés». A lo largo de todo el mencionado escrito parece subyacer la idea de
que Jesús de Nazaret toma partido en este pleito a favor del independentismo
catalán y sus figuras prominentes y en contra del poder estatal que se le opone
y los sentencia. ¡Extraña teología!, Ante una cuestión como esta, la respuesta
del Maestro es: ¿Quien me puso de Juez entre vosotros? (Lucas 12:14). Así
respondía Jesús a un hombre que le pedía: Maestro, dile a mi hermano que
reparta conmigo la herencia. La respuesta de Jesús significa que él se inhibe
en este juicio y remite al demandante a las leyes y los tribunales que en
aquella época entendían sobre herencias. Pues bien, la ley que actualmente en
nuestro país entiende sobre estas cuestiones políticas se llama «Constitución
Española de 1978». Jesús de Nazaret no vino a abolir ese tipo de leyes, sino
que aporta un espíritu nuevo que las supera y las hace innecesarias. Su ense-
ñanza: A quien te pleite la túnica dale también el manto (Mateo 5:40),
expresa la esencia de ese nuevo espíritu que pasa de leyes y tribunales. Quien
se siente interpelado por esa enseñanza del Maestro se apresura a ponerla en
práctica él mismo, y no a lanzarla, en provecho propio, contra los oponentes
con quienes pleitea.
Cuando falta esa armonía, que es un signo del Reino de Dios que los seguido-
res de Jes queremos construir en el mundo, las leyes humanas se hacen impres-
cindibles. El escrito que comentamos abunda en expresiones que trivializan o
minimizan la importancia de las leyes. Leyéndolo, parece que se considera
una virtud el desprecio a las mismas y se relativiza su funcionalidad. Da a
entender que la ley bajo la que se realizó el juicio del «procés» es injusta y
que es honroso transgredirla. ¡Inadmisible!, la Constitución Española tiene
toda la legitimidad que tiene que tener para que su vulneración constituya un
crimen merecedor de castigo. ¿Quiere Ramón M. Nogués suprimir esa ley? ¿y
porqué no, también, el Código de Tráfico y Seguridad Vial? Sin ese código de
circulación cualquiera podría ir con su vehículo como quisiera y por donde
quisiera. Es claro que sin esas leyes de tráfico se originaría un caos por las
numerosas y graves colisionenes de vehículos que se produciría. ¿Porqué ha
de ser distinto en el caso de la vulneración de la Ley de Leyes, la Constitución
que regula las relaciones de los poderes del Estado? La crisis que actualmente
sufre Cataluña es la colisión que resulta de la falta de respeto a la ley cons-
titucional. ¡Extraño que se considere una virtud desobedecer esa ley que busca
la armonía y la paz entre los ciudadanos!
El argumento: Se hizo la ley para las personas y no las personas para le ley,
no viene al caso para la actual cuestión que tratamos, la de la sentencia contra
los responsables del «procés», pues este juicio se hizo en el marco de una ley,
que como las que regulan el tráfico vial, tiene como finalidad el bien de las
personas. Pero es que, además, cuando en el escrito que comentamos se usa
ese argumento, ¿de qué personas está hablando? Parece que en el contexto de
ese escrito las únicas personas que cuentan y que merecen respeto son los
independentistas catalanes. ¿Es que ignoramos que más de la mitad de la pobla-
ción de esa región no es independentista? Sin olvidar al resto de la población
española que también tiene algo que decir en el asunto, pues la Constitución
fue sometida a la aprobación de todo el país. ¿Es que se le niega la condición
de personas a quienes no aprobamos el separatismo? Esta distinta valoración
de las personas es propia del elitismo que caracteriza todo movimiento nacio-
nalista, el sentimiento de pertenecer a una etnia o grupo social superior. Esa
fue la actitud de quienes, en el Parlamento catalán, aprobaron la normativa del
referendum del 1 de octubre de 2017. Esa normativa vulneraba no lo la legis-
lación española sino también la catalana misma, y se hacía sin respeto a los
derechos de la población no soberanista. Ahí no se tuvo en cuenta que es la
ley para las personas y no las personas para la ley, o simplemente no se re-
conocía la condición de personas a quienes querían ser españolas además de
catalanas.
Cuando se crea un monstruo como ese del nacionalismo, luego después el
monstruo adquiere vida propia y se le va de las manos a su creador, se hace
incontrolable. Y eso es lo que es ocurriendo actualmente en Cataluña. Quienes
impulsaron la falta de respeto a la autoridad estatal se encuentran ahora con
que las masas tampoco reconocen y respetan su autoridad (Con la misma vara
que miis, seréis medidos). Actualmente, es peligroso para alguien con sensatez
del ámbito independentista atreverse a llamar a la prudencia a las masas que
creyeron en la falacia del soberanismo, so pena de ser clasificado como «botifle
(traidor, pérfido). Se vieron ejemplos así en las violentas movilizaciones de la
pasada semana. Pero ya hubo algún caso así hace dos años, en el marco de la
ilegal proclamación de independencia de Cataluña. En realidad, tal proclama-
ción fue hecha por personas que no creían en ella, pero que no podían con-
trolar, ni menos aún contrariar, a las masas que la reclamaban. Lo prueba el hecho
de que Puigdemont, tras la proclamación de la independencia, sin acordarse
siquiera de arriar la bandera española del edificio de la Generalitat, se apresuró
a dirigirse a Gerona para estar cerca de la frontera y cruzarla tan pronto se
produjese la previsible y legítima reacción de la autoridad estatal española.
¿Quién puede ahora asumir la dirección correcta de la población nacionalista
frustrada? Es como un rebaño sin pastor. La persona que detenta la autoridad
formal de la Generalitat no puede, no sabe o no quiere decirle a esa gente que
la prometida independencia es inviable. Ese señor no tiene ni puede tener la
confianza de la población catalana no independentista, y puede perder la de la
población nacionalista si cambia su discurso. Él no forma parte de la solución
del problema, sino del problema mismo. Así las cosas, ¿qué solución puede
tener ahora el estropicio de Cataluña? Rota la convivencia que con dificultad
se pergreñó durante la Transición, hace 40 años, y que simbolizaba la Cons-
titución que entonces se elaboró, y que el nacionalismo catalán violó, ¿cómo
restaurar ahora la normalidad?
La dificultad para el restablecimiento de la convivencia ahora no está sólo en
Catala sino tambn en el resto de Espa. Los excesos del nacionalismo gene-
raron un renacimiento y fortalecimiento del fascismo en el ps. Ambos engen-
dros de Satán se nutren el uno al otro de argumentos para la intransigencia. La
sentencia del juicio a los responsables del «procés» deja descontentos, por
opuestos motivos, a los miembros de ambos colectivos. El nacionalismo la
interpreta dura e injusta, y se nutre del agravio que que experimenta con ella.
El fascismo se siente agraviado también pues se opone a todo tipo de indulto o
amnistía en este terreno, y, de alguna manera, parece que la sentencia en
cuestión puede interpretarse como una especie de indulto encubierto dado que
los presos permanecerán en cárceles catalanas donde cualquier juez simpati-
zante con su causa puede dedidir el pase de los presos a esa situación que en
términos legales llaman “tercer grado penitenciario”, lo que puede concretarse
pronto en su liberación “de facto”. Esto, sublevará a los fascistas, e incluso a
muchas personas que no lo son, y no aplacará a los independentistas pues su
verdadero objetivo no es la liberación de los presos sino la indepencia de la
región catalana.
Con este sombrío horizonte y el agravamiento de la situación que se vislumbra
en el porvenir, los escritos como el de Ramón M. Nogués que comentamos no
contribuye precisamente a restaurar la convivencia que hasta ahora amparó la
Constitución. Ese tipo intervenciones busca halagar y justificar el extremismo
nacionalista, eludir la responsabilidad de decirle la verdad a la gente; es alimento
ideológico del extremismo que va progresando en Cataluña. Me parece que a
ese autor no le alcanza la bendición de Jesús cuando dijo: Bienaventurados
los pacíficadores porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Faustino Castaño