El argumento: Se hizo la ley para las personas y no las personas para le ley,
no viene al caso para la actual cuestión que tratamos, la de la sentencia contra
los responsables del «procés», pues este juicio se hizo en el marco de una ley,
que como las que regulan el tráfico vial, tiene como finalidad el bien de las
personas. Pero es que, además, cuando en el escrito que comentamos se usa
ese argumento, ¿de qué personas está hablando? Parece que en el contexto de
ese escrito las únicas personas que cuentan y que merecen respeto son los
independentistas catalanes. ¿Es que ignoramos que más de la mitad de la pobla-
ción de esa región no es independentista? Sin olvidar al resto de la población
española que también tiene algo que decir en el asunto, pues la Constitución
fue sometida a la aprobación de todo el país. ¿Es que se le niega la condición
de personas a quienes no aprobamos el separatismo? Esta distinta valoración
de las personas es propia del elitismo que caracteriza todo movimiento nacio-
nalista, el sentimiento de pertenecer a una etnia o grupo social superior. Esa
fue la actitud de quienes, en el Parlamento catalán, aprobaron la normativa del
referendum del 1 de octubre de 2017. Esa normativa vulneraba no sólo la legis-
lación española sino también la catalana misma, y se hacía sin respeto a los
derechos de la población no soberanista. Ahí no se tuvo en cuenta que es la
ley para las personas y no las personas para la ley, o simplemente no se re-
conocía la condición de personas a quienes querían ser españolas además de
catalanas.
Cuando se crea un monstruo como ese del nacionalismo, luego después el
monstruo adquiere vida propia y se le va de las manos a su creador, se hace
incontrolable. Y eso es lo que está ocurriendo actualmente en Cataluña. Quienes
impulsaron la falta de respeto a la autoridad estatal se encuentran ahora con
que las masas tampoco reconocen y respetan su autoridad (Con la misma vara
que midáis, seréis medidos). Actualmente, es peligroso para alguien con sensatez
del ámbito independentista atreverse a llamar a la prudencia a las masas que
creyeron en la falacia del soberanismo, so pena de ser clasificado como «botifler»
(traidor, pérfido). Se vieron ejemplos así en las violentas movilizaciones de la
pasada semana. Pero ya hubo algún caso así hace dos años, en el marco de la
ilegal proclamación de independencia de Cataluña. En realidad, tal proclama-
ción fue hecha por personas que no creían en ella, pero que no podían con-
trolar, ni menos aún contrariar, a las masas que la reclamaban. Lo prueba el hecho
de que Puigdemont, tras la proclamación de la independencia, sin acordarse
siquiera de arriar la bandera española del edificio de la Generalitat, se apresuró
a dirigirse a Gerona para estar cerca de la frontera y cruzarla tan pronto se
produjese la previsible y legítima reacción de la autoridad estatal española.
¿Quién puede ahora asumir la dirección correcta de la población nacionalista
frustrada? Es como un rebaño sin pastor. La persona que detenta la autoridad
formal de la Generalitat no puede, no sabe o no quiere decirle a esa gente que